La vida de Charles Romuald Gardes, esa vida incógnita y a veces repetitiva, cotidiana como la de todos, a momentos parece salida de un exceso del ya lejano imaginario hermético. Los católicos dirán que es costumbre milenaria nacer dos veces, primero de una madre (virgen o no, una cuestión de énfasis o conveniencia) y luego en el Jordán. Claro que con especial premura también dirán que toda tercera vez es un exceso. Nacer y negar. La trinidad es un misterio, un misterio o una herejía según dependa. Hay sin embargo una diferencia entre los apóstoles del Jordán y otras formas trinitarias: los peregrinos de Galilea sólo pueden nacer dos veces a condición de haber nacido ya alguna vez, como si el parto no bastara para el tribunal de una historia. Carlos Gardel dio un paso más, o quizás dos o tres, y nació todas las veces que le hicieron nacer: Bautista se dice de muchas maneras.
Borges, que en este punto dijo lo que todos decían, dice que la primera de las primeras veces fue en Toulouse, al sur de Francia, casi bordeando Los Pirineos, en 1890. Simon Collier, a quien poco le importaba la autoridad biográfica borgeana, desafió las ambivalencias y dijo que Berthe Gardès (así, con acento grave), “una planchadora de 25 años, entonces domiciliada en el número 3 de la rue du Canon d’Arcole” llegó al hospital Saint Joseph de la Grave, en la ribera oeste del Garona, los primeros días de diciembre de 1890. El 11, temprano por la madrugada, a eso de las 2:00, se habría escuchado el primer llanto. Mismo tiempo, dos lugares, y un tal vez.
También es cierto que Carlos Arezo Posada, funcionario de la República Oriental, aseguró al mundo que la primera vez fue un 11 de diciembre, pero en 1887 y en Tacuarembó. Corría el año 2013 y Carlos Arezo se amparaba en esa seguridad a momentos imponderable que los partes y certificados de nacimiento otorgan a las nacionalidades. El tiempo sin embargo, y esto sí que lo sabía Borges, es cualquier cosa menos lineal. Era el 2012 y Juan Carlos Esteban, Geroges Galopa y Monique Ruffié dijeron que Charles Romuald Gardes nació en Uruguay, en Tacuarembó, pero en 1920. Una fecha extraña.
Era 1914 cuando estalló la guerra, cuando estalló el imperialismo, y cuando Gardes decidió que era una mala idea responder al llamado público del consulado francés, y que era una buena idea evitar la posibilidad de una muerte absurda, anónima, en alguna llanura olvidada de la Europa meridional. Terminó la guerra pero no el imperialismo y Gardes decidió que sería uruguayo, al menos por un tiempo, y que se llamaría Carlos Gardel de hecho y de derecho.
Dijo Gardel en 1933 a La Tribuna Popular, eso sí, que “nací en Tacuarembó”. También le dijo a El Telégrafo que “ya que insiste, [soy] uruguayo y nacido en Tacuarembó”. Se le escuchó en Barcelona decir que “de argentino tengo tanto como de francés: es decir, nada absolutamente”; sin embargo, “mi corazón es argentino, pero mi alma es uruguaya…”, eso se lo dijo Gardel a Caretas de Antioquía. ¿Qué importa lo que se dijo? Si las biografías son caprichosas, porque “el pícaro letrado, con astuta codicia / quiere fundir en uno a Gardes y a Gardel […] Ni Charles, es Carlitos… ni Valle Edén Toulouse”. Y en esto tiene razón Sergio Sosa. Un misterio para cada quien, según sus necesidades.
¿Argentina? ¿Buenos Aires? ¿Corrientes, Florida? ¿Los murales? ¿Los vicios y excesos del mercado iconográfico? Tres años después. El primero de marzo de 1923 Carlos Gardel solicitó formalmente la ciudadanía argentina. Pero quizás fue argentino un poco antes.
Fue en 1911 que Gardel conoció a José Razzano. El oriental sí nació en Uruguay, en Montevideo, y de seguro que fue en 1887. La relación no fue fácil, pero Gardel y Razzano no se separarían más, ni en 1933 cuando Pepe Razzano perdiera la voz, ni en junio del 35’ cuando Gardel se estrellara en Medellín, ni en abril del 60’ cuando Pepe lo acompañara.
Dicen algunos que el tango murió a comienzos del siglo y que lo enterró el Negro Gabino Ezeiza de cara a Gardel, y que Gardel y Razzano cultivaron la gloria sembrando sobre cenizas. Dicen los entendidos que lo de Gardel y Razzano no es tango; dicen los entendidos que el tango fue breve y que fue porteño; dicen, de bandidos y de putas, de fugitivos y puñales; dicen los entendidos que el tango fue de quienes para recordar –o acaso para olvidar– tuvieron que reinventarse. El tango, se le escuchó decir a Borges en una frase grabada del 65’ (recuperada el 2013), es de los de las orillas. El tango, dijo antes, tampoco es “el natural sonido de los barrios: lo fue de los burdeles no más”. Un «no más», más que suficiente.
Si algo se reinventa es porque viene de alguna parte. Espontáneo no es: de la nada, nada. La palabra, insistía el Borges del 65’ en 2013 (palabra y documentación certificada, firma Kodama), “me suena a africana, como milonga. Lugones propone como etimología la palabra latina tangere. Me parece muy inverosímil que la gente que frecuentaba las casas malas de la época fueran humanistas y tomaran palabras del latín. No creo en la erudición de los compadritos de la calle Chile”. Sorpresa y entusiasmo eternos, algo tiene que ver Chile con los orígenes del tango, aunque sea por puro alcance onomástico entre San Telmo y Monserrat. El tango es del Sur (así, con mayúscula, como dice Borges en acaso su mejor cuento), ese Sur que “nadie ignora […] empieza del otro lado de Rivadavia”. Ese Sur maravilloso de Troilo y Manzi:
San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén,
Tus veinte años temblando de cariño
Bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
Arena que la vida se llevó
Pesadumbre de barrios que han cambiado
Y amargura del sueño que murió
Sur,
Paredón y después
Sur,
Una luz de almacén
Ya nunca me verás como me vieras,
Recostado en la vidriera
Y esperándote
Esperando. Ese Sur que es de todos y es de nadie, que en 1880 dijo Borges vio nacer el tango, oscuramente, “clandestinamente” sería la palabra más justa: no a esa variación de Gardel y Razzano que hizo del tango un canto “quejoso y llorón”.
Canto quejoso y llorón quizás, pero canto quejoso y llorón que popularizaría al tango en Latinoamérica y Europa como una forma creativa de olvido y recuerdo, de pura reinvención. Quejoso y llorón, de seguro, pero infatigable como el candombe, la milonga y la chamarrita. (Y como el bolero, claro. Como punto aparte y pendiente).
¿Sabrá Borges que hay quejas y quejas, llantos y llantos; sabrá Borges que Gardel supo cantar a Celedonio Flores? Claro, quizás de pura impostura «no más». Quién sabe, a veces basta:
Él sabe que tiene para largo rato,
la sentencia en fija lo va a hacer sonar,
así -entre cabrero, sumiso y amargo-
la luz de la aurora lo va a saludar.
Quisiera que alguno pudiera escucharlo
en esa elocuencia que las penas dan,
y ver si es humano querer condenarlo
por haber robado… ¡un cacho de pan!…
Sus pibes no lloran por llorar,
ni piden masitas,
ni chiches, ni dulces… ¡Señor!…
Sus hijos se mueren de frío
y lloran, habrientos de pan…
La abuela se queja de dolor,
doliente reproche que ofende a su hombría.
También su mujer,
escuálida y flaca,
en una mirada
toda la tragedia le ha dado a entender.
¿Trabajar?… ¿A dónde?… Extender la mano
pididendo al que pasa limosna, ¿por qué?
Recibir la afrenta de un ¡perdone, hermano!
Él, que es fuerte y tiene valor y altivez.
Se durmieron todos, cachó la barreta,
si Jesús no ayuda, ¡que ayude Satán!
¡Un vidrio, unos gritos! ¡Auxilio!… ¡Carreras!…
Un hombre que llora y un cacho de pan…
Quizás Gardel no hizo al tango, pero el tango hizo a Gardel, un Gardel que, quejoso y llorón, se las arregló para alojar una bala. Dice Jorge Ruffinelli que una vez, por duelo, Gardel disparó al aire (no al cielo, como Lunacharski o los republicanos getafenses). Quizás irrelevante, pero en 1818 Marx también recibiría su propia bala en el brazo izquierdo, en los jardines de Bonn. Y con Marx, el siglo.
Era 1911 y en Rusia el primer ministro Piotr Stolypin disolvía las obschinas, la propiedad comunal de la tierra, para abrir el paso a las parcelas personales; era 1911 y Dimitri Bogrov disparaba en Kiev a Stolypin. A diferencia de Marx y Gardel, Stolypin no sobreviviría. La reforma sí, a pesar de Stolypin, al menos hasta octubre del 17’. Dice Hobsbawm que ese año comenzó el siglo. Ese mismo año, el primer año del siglo, Gardel y Razzano llegaron a Chile.
Eso sí, a diferencia de Hobsbawm, los estados nacionales gustan de los siglos de cien años. Cerrados, caprichosos y porque sí. Los archivos dicen que el trazado se pensó en 1872, que los primeros rieles se pusieron en Argentina en 1887 y los segundos en Chile en 1889. En 1910 los gobiernos celebraron su centenario (de ellos y no de nosotros dijo Recabarren) y el Trasandino comenzaba sus recorridos desde la Estación Mendoza hacia la Estación Santa Rosa de Los Andes. Con los años y la estupidez –ésta última tuvo un recorrido propio– el Trasandino dejó de traer y llevar pasajeros en septiembre del 79’ y dejó de traer y llevar cargas en junio del 84’. Entre las estaciones Puente del Inca y Las Cuevas, más de mil metros sobre Cacheuta y Uspallata, en el desvío Las Leñas, quedó tirado Manuel Rojas cuando decidió que “a un obrero le da lo mismo ganarse la vida en Argentina o en Chile”. Cruzó a pie en dirección a la estación Los Caracoles. Lo acompañó el Laguna, santiaguino. En la estación Las Cuevas, cuenta Manuel, el Laguna durmió su último sueño. Era 1912.
Algunos dicen que el mismo recorrido hizo Gardel y Razzano, de Mendoza a Los Andes en dirección a Santiago, pero en 1917 y como pasajeros del Trasandino, no a pie de rieles. Otros dicen que fue en septiembre del 17’, y que fue en barco desde Buenos Aires y que llegaron primero a Valparaíso. Y es que con Gardel siempre dicen que dicen, dice un tango famoso. Lo cierto, verdad trascendental esta sí, es que cantó junto a Razzano y que vino con el negro Ricardo; que cantó en Valparaíso, Viña del Mar y Santiago; y que por astucia ajena hasta bailó: “eso fue un capricho del momento. Una ocurrencia jovial de la Roxana y Carlos. Éste era un gran bailarín de tango, por cierto, pero nunca pensó en poner en competencia los pies con su garganta maravillosa”. Roxana y Gardel bailaron el tango milonga para violín y piano Montevideo, de Roberto Firpo. Dicen que dicen.
Miguel Ángel Morena dice que Gardel, Razzano y Ricardo debutaron en Santiago, en el Teatro Comedia. Esther Edwards y Jorge Aravena dicen estar de acuerdo. Luego partieron hacia la costa, hacia Valparaíso, cuando todavía se salía de Santiago por avenida San Pablo. Llegaron al puerto el 27 de septiembre y cantaron el 29. Repitieron el espectáculo más de una vez por día por casi una semana. Desde el 5 de octubre agotaron el Olimpo de Viña del Mar, también más de una vez por día, y no se irían hasta el 12. De vuelta en Santiago Gardel, Razzano y Ricardo agotaron el Royal, en Huérfanos 1044 donde una placa recuerda que en 1917 ahí se erigía el Teatro y que por algunas semanas entre octubre y noviembre por ahí pasaron Gardel, Razzano y Ricardo.
Dicen que Gardel, Razzano y Ricardo pasaron por Chile el año y los meses y los días precisos en que comenzaba el siglo XX. Dicen que no vinieron para celebrarlo precisamente. Quizás porque el siglo comenzó en el sur casi cuarenta años después. Porque para celebrar el siglo habría que esperar a Pugliese (Pugliese, Pugliese: tres veces, hay tradiciones que se respetan «no más»). Esperar la orquesta prohibida, el clavel rojo sobre el piano, la música (“el único lugar donde no le dieron el raje”); a Fidel, la maroma caribeña y Alfredo Belusi cantando La bronca. Pero esa es otra historia, de murales brillantes y orquestas populares.
En cualquier caso, “me hubiera gustado verte, Carlitos Gardel añoso”: eso, quizás porque sí «no más».
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