Son largos los recorridos que ha hecho el Juan tanto en la literatura como en las carreteras latinoamericanas. Ya ha publicado varios libros de poesía, narrativa y crónicas; ya ha pasado por gran parte de nuestro continente; y me parece que su kilometraje se empieza a notar, pues Paramar es hasta la fecha el intento más exhaustivo por abordar los tres tópicos más recurrentes de sus libros: la escritura, el viaje y el amor.
El trayecto parte con “La visión de los tagadás”, un poema largo que ya había publicado en una autoedición reciente. Se trata de una reescritura de las visiones de Juan de Patmos, supuesto autor del Apocalipsis, intervenido por los temas, los materiales y las preocupaciones estéticas del Juan. Su frenesí erótico me recuerda algunos panfletos del Movimiento Juvenil Lautaro, donde se mezclaban en un solo discurso las molotov, las barricadas y la gente haciendo el amor en las calles. Sexo, combate y alegría poblacional. En uno de los pasajes del poema, el Juan señala: “veía los cuerpos cabalgar / los perreos de la codicia / escucha Juan, me dijo el ángel / el primer tagadá debe ser obsceno como la selva” (11).
El siguiente poema del conjunto es “prosa del Transiberiano”, esta vez una reescritura de un texto de Blaise Cendrars. Este método de intervención propia en poemas y otras manifestaciones artísticas de la cultura universal se repite a lo largo del libro y en gran parte de la obra del Juan. Por ejemplo, más adelante, basándose en la película Fitzcarraldo de Herzog, escribe: “oh, Fitz, somos sed y fósforos mojados / y tú quieres cruzar este poema / de un río a otro, por selva y montaña / qué importan los muertos en la faena / los piratas senegaleses se pusieron tan magenta / tan nado sincronizado, que los sheriff / nos pierden la pista en los juegos olímpicos / y nosotros estamos aquí nomás / jugando a las quemadas, aprendiendo quechua / con los parlantes en la calle” (28). Esta larga cita me interesa mucho, justamente porque se exponen aquí de forma explícita las intenciones de abordar la cultura universal de la manera más amplia posible, aunque siempre situándola en un contexto barrial, cotidiano, donde los niños juegan a las quemaditas y escuchan música a todo chancho con los parlantes en la calle.
Porque a pesar de que viaje constantemente, pareciera que el Juan siempre tiene un pasaje guardado de vuelta a La Pintana. Donde hay “balnearios populares como las piscinas en las veredas” (131), donde “en la calle José Santos González Vera todo es tan claro” (86), donde hay “un escolar / que en la feria compra / clonazepan ilegal / juega solo tenis contra un muro / entra a la biblioteca desprovista / y es el mejor amigo de la tía / del CRA / quien le trafica libros / que fueron censurados” (152).
Se sabe que estas disquisiciones poblacionales siempre han sido parte de su proyecto estético, pero me parece que el Juan es cada vez más consciente de ello, cada vez más agudo sobre su visión al respecto. Por ejemplo, en un poema que funciona casi como poética, confiesa: “quisiéramos ser un referente moral / político poblacional / (aquí nadie tiene nana cuico conchetumare) / pero para qué / sabemos muchas cosas / más por experiencia / que por instinto // este poema es un parlante a pilas” (63).
Esta última imagen ―la del poema como parlante a pilas― es perfecta como metáfora de su propia labor poética. Ya que es obvio que el texto anterior es acerca del FECISO y su experiencia política en poblaciones, pero no es tan obvio entender que la poesía del Juan, su propia experimentación con el lenguaje, se trata justamente de valerse de la escritura poética como si fuera una cámara o una grabadora, siendo el poema ese parlante autónomo donde se exponen las tramas registradas. Por allí desfilan las personas, sus problemas y sus formas de hablar. Allí se filtra la realidad y se transforma en lenguaje poético, en imágenes que ―si bien no son reales― están construidas a partir de materiales reales hasta la máxima crudeza. El mismo Juan explica mejor lo anterior en su poema “meta full jacket”, donde apunta: “no al realismo. // la descripción es inerte. // si eres realista / poeta / interviene tu base” (104).
Estas intervenciones y experimentaciones son explícitas en varios poemas del conjunto, justamente donde el habla, la realidad como texto y la escritura informal se intentan reflejar en una especie de exposición directa. Por ejemplo, en el poema “avísenle a los chiquillos que esta noche no llego a casa”, nos dice: “y que a la traficante culiá de la Rita y que al mismo David y al mismo Renato le duela más que unos balazos en las piernas porque te juro que les voy a reventar la casa a esos cochinos esos hacinados sebosos que no conocen el campo que no conocen el mar” (91); o en otro poema donde anota: “el resplandor la noche los chispazos de luz de un plasma el cine las series la Pamela que llora en la ducha el Diego canta regetón la fila el consultorio las 5 de la mañana la extracción la anestesia” (166); o en la transcripción de una conversación por chat donde apunta: “a 3 lucas de fino el gramo sí / fino ya en serio yapo hermano / yo creo que te voy a ver mañana / yo ya no fumo porro / a puro cripi / tai bemdiendo? / ah, ya” (124).
Creo que podría seguir destacando algunas cosas del libro, pero no es necesario. Todo viaje debe llegar a un punto donde posiblemente después haya una próxima partida. O como dice el Juan: “todos los puntos en el mapa / son personas que falta conocer / para componer poemas como canciones / porque la gente quiere cantar / y no escuchar poemas” (154-155). Pareciera que esa es justamente la estrategia de Paramar: componer canciones populares, jugar con la musicalidad, con el ritmo del habla, con el tono de la realidad. Mezclar jorgegonzalismo, resentimiento y amor para entregárselo al mundo en forma de poemas ruidosos y experimentales. Y creo que eso se logra a cabalidad en el libro. Y creo que eso es lejos lo más importante.
Paramar, de Juan Carreño.
Taller del Libro.
Poesía. 209 páginas.
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