*Por Angelo Narváez y Pablo Pulgar
Llegamos a Costa Rica temprano por la mañana, después de una noche en Ciudad de Panamá que se batía entre las exigencias del turismo (principalmente) estadounidense, y las leyes que obligaban al comercio a cerrar antes de las 23:00 en Viernes Santo. Llegar del aeropuerto Juan Santamaría a San José es tan simple como lo es en cualquier ciudad que viva en parte de los vuelos internacionales. Sin embargo, moverse por San José es tan complejo como en cualquier ciudad que se resista cotidianamente a las normas de la modernidad y la globalización. Las calles no tienen nombre, y las casas no tienen número, el “frente a la casa roja” o “a un costado del negocio azul”, se transformaron rápidamente en una norma urgente de comportamiento espacial. Para cuando logramos llegar al terminal de buses desde donde partiríamos a Quepos, provincia de Puntarenas, ya habíamos atravesado más de un barrio rojo (no apto para turistas), de los cuales salimos a punta de desconocimiento e ingenuidad. Eso sí, este relato no se trata de Quepos, aunque podría serlo, sino de la entrevista a Mario Oliva que veníamos preparando hace un par de semanas.
Supimos de Mario a través de Rodrigo Quesada, a quien conocimos en Santiago en 2018, cuando viniera a presentar su libro sobre Rosa Luxemburgo (Utopía y vida cotidiana, Nadar Ediciones, 2018). Fue Rodrigo quien nos puso en contacto con Mario para realizar un curso intensivo sobre filosofía e imperialismo en la Universidad Nacional de Costa Rica, en Heredia, unos pocos kilómetros al norte de San José. Cuando llegamos, tras fumar un par de cigarros y descansar del calor y la humedad, nos encontramos con Mario en el ascensor, donde inmediatamente nos preguntó “¿chilenos?”. Quizás porque algo veníamos conversando, quizás por nuestra manera de vestir, de gesticular, de movernos. Quizás también porque después de más de cuarenta años de exilio Mario esas cuestiones (no tan) superficiales tampoco las olvidó.
Nos presentó con paciencia a todos en la facultad. Es cierto que intentamos conversar, y que compartimos café (aunque Mario toma té) por algo más de una hora, pero fue poco lo que pudimos avanzar. Entre saludos e infinitas amabilidades, consejos turísticos y uno que otro aspecto administrativo, no podríamos decir que quedamos en nada, sino más bien ante una producción fascinante que Mario nos regaló. Más de veinte libros, que tardaríamos algunos meses en revisar. Ese día avanzamos poco, pero todo iba bien, ya tendríamos tiempo para sentarnos a conversar. Mientras tanto nosotros debíamos trabajar (bueno, trabajar y conocer la ciudad). Había mucho por leer: Ensayos de historia intelectual, José Martí en la historia y la cultura costarricenses, Artesanos y obreros costarricenses, El pensamiento antiimperialista de Octavio Jiménez, los tres volúmenes de Cien años de poesía popular en Costa Rica, 1850-1950 (compilado junto a Rodrigo Quesada), los escritos de Gabriela Mistral en Repertorio Americano, 1915. El año más largo del imperio otomano, y también Imágenes fugitivas, acordeón y visiones, una monumental compilación anotada de la obra de Julio Escámez. En realidad, fue fácil decidir cómo dividiríamos tanto libro, tanto regalo y tanto trabajo, aunque aquí eso no viene al caso.
Ya sabíamos algunas cosas de Mario, las veníamos trabajando en Chile, aunque nos precisó detalles que sólo se darían en una conversación. Sabíamos que nació en Puerto Montt, aunque no sabíamos el año y tampoco nos preocupaba del todo preguntárselo. Sus ayudantes nos cuentan que jugó fútbol, y que jugó bien, en Chile y Costa Rica, aunque pronto nos dicen que es algo de lo que no le gusta mucho hablar. En Costa Rica Mario estudió historia y siguió los trabajos de Thompson y Hill, las grandes figuras de la historiografía marxista inglesa. Se acercó a la historia del movimiento obrero y los movimientos sociales en Costa Rica, pero siempre con algo de reticencia (ajena, por cierto). Nunca dio clases en la carrera de historia y, por algo de convicción (y otro poco de intuición), se alejó de la historiografía institucional, a la vez que se acercara a los estudios literarios. Nos cuenta que “para los historiadores no soy historiador, y para los de literatura tampoco hago literatura. Pero me siento muy bien donde estoy, no tengo ningún resentimiento con mis colegas de literatura por no reconocer lo que hago en literatura, ni tampoco tengo resentimiento con mis colegas de historia porque no me reconocen la parte histórica”. Ni historia, ni literatura, o un poco de ambas. Ahí es donde llegan la historia intelectual, los archivos, ciertos grados de libertad, y también la precisión. “Ese campo a mí me quedó muy bien. Ahí es donde empecé a moverme con mayor precisión, en la precisión de la historia intelectual. Esa es un poco la idea de por qué ahora estamos trabajando cosas que tienen que ver con el arte, que tienen que ver con esto de seguir las ideas no de los grandes hombres, sino seguir las ideas por todos los rincones de la historia. Estoy más cerca del relato literario, que también es histórico, pero no me alejo del relato histórico, que es también literatura. Es una construcción desde afuera sobre la historia”. Y tiene sentido, porque “si ustedes se dan cuenta, los grandes relatos históricos en América Latina son relatos que tienen que ver con la literatura, y somos conocidos en el mundo a través de la literatura, no de los grandes historiadores”. Siempre amable, nos interpela un poco también, “hay que escapar de la escritura aburrida de la historia, esa es un poco la idea”.
La primera vez que nos encontramos en su oficina, recién llegados a Heredia, Mario nos mostró el manuscrito de su investigación sobre el exilio chileno en Costa Rica. Dos volúmenes anillados y anotados en los que él y su equipo sistematizaron fechas, nombres, direcciones, lugares de encuentro, contribuciones, entrevistas y relatos, mapas y esquemas, intuiciones y reflexiones. Y es que el exilio chileno en Costa Rica, al menos en Chile, nunca “gozó” de la popularidad pública que tuvieron los exilios en Suecia, Francia e Italia, o incluso Argentina y Venezuela, como si el sistema global de resistencia y solidaridad se jerarquizara también al ritmo de la visibilidad internacional. Por cierto, el exilio chileno en Costa Rica se mantiene aún hoy en la marginalidad discursiva. El interés sería antes tico que chileno, y ese interés daría inevitablemente el ritmo a nuestra próxima conversación.
“En Costa Rica los historiadores no estudian el exilio”, nos dice Mario como si para nosotros fuese una obviedad. “A lo mejor porque muy pocos costarricenses han sido exiliados, o porque el exilio no es parte de la historia, o se suponía que no era parta de la historia de Costa Rica. Pero el exilio lo han vivido todos los países de América Latina, y comenzaron con los grandes “próceres” de la independencia. Desde ahí uno ya no encuentra ningún intelectual importante que no haya sido exiliado”. Sin embargo, Sarmiento o Bilbao no son sinónimo de anonimato o masividad, y “son los exilios masivos del cono sur los que en Costa Rica no habían sido estudiados. Aquí nosotros tuvimos exilio importante de chilenos, uruguayos, argentinos y, un poquito menos, tal vez, brasileños. Pero me parece que Costa Rica, al igual que países como México, son países receptores del exilio. Son países que acogen. Sin embargo, no existe ningún libro que diga la historia del exilio nicaragüense, venezolano, colombiano. Entonces, se nos presentó la oportunidad y formamos un equipo con investigadores jóvenes”.
El exilio chileno en Costa Rica no corre por ejemplo con la misma suerte que los exilios europeos. Pero también pasa que el exilio es en general un problema ausente en los estudios que se realizan en Costa Rica. Hay algo paradójico en esto. ¿De dónde viene la idea de realizar esta investigación?
Era un reto para mí, porque yo vine en el año ‘76 a Costa Rica. Era un reto para mí porque de pronto el rector me llama y me dice “están pidiendo que se haga un trabajo a nivel de nuestra universidad sobre el exilio, del exilio chileno”. ¿Y por qué sobre el exilio chileno? Porque ha habido muchos chilenos en el país, en nuestras Universidades. Yo ya más o menos conocía la historia porque venía de ese tronco de exiliados chilenos en los años ‘70 y ‘80. Entonces, claro, me interpeló la idea del exilio personalmente. Hicimos un equipo de trabajo conformado con jóvenes investigadores que tienen formación en relaciones internacionales, en estudios latinoamericanos. Llamé a dos colegas muy jóvenes, historiadoras, y otro compañero que nos ayuda en labores de archivo. Presentamos un proyecto que se llama Voces y rostros del exilio chileno en Costa Rica. Ese fue el título, digamos, que articuló la investigación. Investigación que, claro, llevaba mucho desarrollo de archivos porque, como dices, no había ninguna preocupación académica sobre el tema hasta hace poco más o poco menos de cinco o seis años, una cosa así.
¿Cómo abordan esos archivos? Si hasta hace algunos años nadie venía trabajando el exilio en Costa Rica, tampoco hay necesariamente antecedentes que permiten tener algo de claridad sobre el camino a seguir.
Llevamos a cabo este trabajo pensando en que efectivamente en el caso de nuestra Universidad, muchos chilenos habían llegado y habían formado o eran parte de la fundación de la Universidad. Entonces eso le da un plus al trabajo de investigación, y comenzamos a hacer un trabajo de archivo muy completo que se realizó prácticamente agotando el material. Tenemos archivos fotográficos, tenemos archivos en imágenes, tenemos voces, tenemos una enorme cantidad de fuente primaria, periódicos, hemerotecas. Agotamos toda la información. En archivos nacionales lo mismo. Y fuimos viendo de qué estaba hecho esto que llamábamos el exilio, de dónde íbamos a hablar. Porque claro, el exilio no es cualquier cosa, y no todos son exiliados los que vienen a un país. La gente sale por múltiples razones, algunos salen empujados por las dictaduras, otros vienen porque estuvieron en situaciones donde estaba en riesgo su vida. Y fuimos viendo que esto que llamábamos exilio chileno en Costa Rica tenía una gran heterogeneidad, entonces uno llega a la conclusión que hablar del exilio chileno es hablar de una heterogeneidad, en cada chileno un exilio, un tipo de exilio, un tipo de características particulares. Y después nos fuimos dando cuenta que para ir connotando y dándole sustento conceptual al tema de qué era exilio teníamos que hablar también de expatriados e integrados. Un poco ese marco de referencia conceptual nos ayuda a mirar la diversidad de situaciones.
A veces se habla del exilio como experiencia, y otras también como proceso. Digamos que incluso podría ser una cuestión de énfasis. ¿Cómo trabajan específicamente ustedes el exilio?
Para nosotros hay un periodo de exilio y otro de des-exilio. También están los integrados, que es el caso de los chilenos que nos quedamos en Costa Rica por diversas razones, pero fundamentalmente por estabilidad laboral, familia, etc. Ese es un tema muy interesante, porque entre los exiliados del ‘73, ‘74, incluso del ‘78, se cruzan los que vienen con los que se van, con los que retornan. Son casi tres mil chilenos los que llegaron acá. Ahora, Costa Rica es un país muy interesante porque es un país puente; acá pasaron mucho más de tres mil chilenos, pero se quedaban un poquito aquí y saltaban a México, y los otros saltaban el charco y se iban a instalar a cualquiera de los países de Europa central y los países del este. Muchos de esos que pasaron por aquí, como puente, estuvieron un rato y se fueron.
¿Esto lo intuían o ya lo sabían?
A esto llegamos a través de entrevistas que recogimos, del testimonio de alrededor de cincuenta chilenos que tenían esta característica de exiliados, de expatriados, de integrados. Entonces, es muy interesante porque ahí uno se topa con el tema de la historia, del testimonio y de la memoria juntos, porque son entrevistas hechas después de cuarenta años. La mayor parte de ellos tienen más de sesenta o sesenta y cinco años, hasta otro un poco más mayor. Ahí hay que tener un cuidado enorme porque la historia que cuentan, su memoria, es la memoria construida, no es la historia. ¿Cómo lo digo? hay una diferencia entre la historia, el conocimiento y la memoria, ¿no?
El concepto de memoria es posiblemente lo que más se trabaja en Chile, tanto en relación al exilio como a la dictadura en general. Pero eso no significa que haya una única forma de trabajar la memoria. No es la misma interpelación a la memoria la que encontramos en un trabajo de archivo como el que ustedes han hecho, en donde encontramos por ejemplo las experiencias de los exilios que se constituyen como una huella mnémica.
La memoria está hecha en base al conocimiento. La historia también está hecha en base a la memoria, al testimonio, pero las tres cosas son diferentes. Hay personas que recuerdan cosas, otras omiten, otras borran. Había algunas personas que decían “no, yo no quiero hablar de la tortura”. Muy bien, ¿de qué quiere hablar? Entonces, hay que construir una memoria de su propio exilio, de su venida, de su inserción, etc. Hay que contrarrestar eso con otras fuentes y precisamente tratar de ver que esa memoria no es la historia, sino que son construcciones personales. Además, totalmente mediatizadas por el tiempo, por la sociabilidad, por la inserción al país. No hay ningún chileno, esto debe ser como una característica de los chilenos, que no haya dicho “sí, nosotros vinimos, pero aportamos mucho al país” o, “nos quedamos porque también dimos todo lo que teníamos que dar”. Y a veces uno piensa que eso pueden ser como formas de ocultar otros procesos, otras historias, otras memorias, y de cómo también se va desvaneciendo la historia del exilio y se va construyendo otra. Y los des-exiliados, porque hay que des-exiliarse, es otra temática sumamente interesante. El exilio no termina hasta que la persona se des-exilia y el des-exilio es el retorno. Los que no retornaron, ¿qué son? Esa es una de las cosas que nos cuestionamos. Después de cuarenta años, tal persona que vino, vino exiliada, sí, pero ¿todavía es exiliada? Benedetti trabaja mucho ese tema del des-exilio, y a mí me parece que es muy sintomático y muy aleccionador, porque él vive en el exilio y luego se des-exilia, como muchos latinoamericanos. Entones, en el des-exilio ocurre que el retorno es también un drama, porque el exilio es un drama por sí mismo.
Eso es un poco volver al exilio sin romanticismos, más allá de esa transformación de la memoria como forma de supervivencia e inserción.
Claro, porque no hay exilios dorados, aunque alguno podrá decir “sí claro, yo soy muy exitoso” pero el exilio lo atrapa, lo define y, si no hay des-exilio, se queda con eso eternamente. Es una cosa también muy subjetiva. Esa idea es muy fuerte, muy, muy fuerte. En todo caso trabajamos también mucho a partir de la obra de Edward Said, que era palestino, uno de los grandes intelectuales palestinos que trabaja el exilio, por la carga dramática que significa ser exiliado. En otras palabras, hoy hay un gran desarrollo de los estudios sobre el exilio iberoamericano, todo tipo de exilios, ahora podríamos hablar hasta de los exiliados climáticos.
Pero eso implica una terminología diferente. Recorridos, archivos, conceptos diferentes.
Por supuesto. Me interesa mucho ese tema de los éxodos climáticos, donde el hombre es borrado de la tierra, que tiene que ver también con las versiones bíblicas, ¿no? O sea, el hombre, en la versión judeocristiana, es despojado del paraíso y al ser despojado del paraíso es arrojado a la tierra, pero esa tierra no es de él, sino de Dios, y al ser de Dios queda en un exilio permanente. Esa idea es muy fuerte y a mí me interesa conectarla con esto del éxodo climático. Somos permanentemente expulsados. Eso es muy interesante y la modernidad ha creado un sujeto histórico también muy particular que es un sujeto totalmente desvalido, fuera de la modernidad, que son los desposeídos, ¿no? Que es otro tipo de exilio que a mí me parece que es muy interesante y muy distinto a estos exilios políticos. Al final de cuentas miren aquí en Centroamérica, todos los días viajando la gente a la frontera, dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil… ¡o más! Haciéndose una cosa cotidiana esta idea de siempre estar migrando, pero a esos nadie les hace caso. O sea, son historias sin voz. No hay voz para ellos. Nosotros quisimos dar voz, pero claro, nos topamos con un exilio que en un primer momento nosotros catalogamos como de élite, porque la mayor parte de ellos se transformaron en profesores, investigadores, escritores, una parte de ellos, que quedó en nuestra Universidad, quedó en la Universidad de Costa Rica, quedó en el Tecnológico y en otras instancias. Y, además, la mayor parte de los chilenos que se quedaron aquí fueron hombres de cultura, desarrollaron muchísimo el arte en términos generales. Teatro, danza, artes plásticas, pintura, sobre eso el grupo de chilenos que vino hizo un trabajo y una construcción sumamente importante.
Como Julio Escámez.
Por supuesto. Julio Escámez Carrasco, un chileno nacido en Antihuala en 1925 que vino a Costa Rica en el ‘74, eso quiere decir que tenía 49 años, con una carrera ya hecha y reconocido en Chile. Además, puesto en escena universal por Neruda, uno de sus amigos que en un famoso discurso de los años ‘70, del ‘72, cuando se inaugura el famoso mural Principio y Fin, que era un mural típicamente construido a partir de la concepción del muralismo mexicano, dice algo como “bueno, suerte para Antihuala o para Cañete, donde había nacido y tal, y para Concepción, de tener un pintor universal”. O sea, cincuenta años de vida en Chile y los otros cuarenta años de exilio en Costa Rica. Antes de conocer la obra que desarrolla este pintor en Costa Rica ya Neruda lo pone en ese pedestal incorporándolo al panteón de los grandes pintores. Es una historia muy interesante la de Julio Escámez como exiliado porque nunca se pudo desprender de Chile, pintó Chile aquí en Costa Rica. Hizo, obviamente, otro tipo de temáticas, pero me parece que era un pintor muy telúrico. Un pintor que amaba su tierra, que amaba su gente. Siempre pintó todo lo que le rodeaba y eso me parece que todavía sucede en el caso de Costa Rica, aunque nunca se desprendió de Chile. Y Chile no le reconoce como un pintor de esta talla, ¿no? Entonces ahí, para nosotros, en el caso de nuestra Universidad, y para mi particularmente, trabajar el exilio de Julio Escámez me parece, no solamente adentrarnos en esas subjetividades sino también en la obra que plasmó aquí en Costa Rica. Heredó a la universidad 5000 obras plásticas, que es un tesoro.
¿Qué hará la Universidad con las obras de Escámez?
Aún no sabemos si la Universidad va a poder tener la capacidad de poner eso en circulación y que la gente lo pueda conocer. Hace esfuerzos, pero son pequeños todavía. Tenemos muchísimo por conocer de este autor y otros autores, otros pintores que vinieron a Costa Rica, quizás no con la grandeza de Escámez, pero sí de un enorme prestigio como Juan Bernal Ponce y Osvaldo “Jano” Salas, famoso caricaturista, que además fue caricaturista de El Siglo en Chile, y que aquí se hizo famoso con una caricatura o ¿cómo se dice? una tira que se llamaba Pura Vida. Es muy interesante, porque la escribió durante muchos años en Costa Rica, en el periódico La Prensa Libre, que es como un símbolo de lo que es Costa Rica. Entonces le puso Pura Vida, y ahí él todos los días hacía una tira cómica de los temas de actualidad. En ese sentido hay muchísimo que hacer. Estamos trabajando en memoria, en testimonio, los temas de sociabilidad. La primera gente que vino, cómo hizo para sobrevivir, para luego instalarse y para luego integrarse a la cultura costarricense. Yo creo que es una idea que también se está haciendo en otros países, a través del acercamiento al exilio iberoamericano, por ejemplo. En México eso es muy común, brasileños en México, chilenos en México, argentinos en México, etc. Y nosotros pretendemos con este trabajo no solamente dar a conocer el exilio chileno en Costa Rica, sino también a ver si de esta manera el tema pueda servir como un modelo para otros trabajos.
A Escámez le destruyen el mural de Chillán el mismo ‘73. Hace un tiempo se prometieron fondos para su reconstrucción, y de esa promesa no queda nada. Escámez no pasó por un proceso de des-exilio, volvió pero no retornó, y tampoco lo hizo su obra, como si en ella hubiera también una tensión constante con Chile. Sobre los otros artistas chilenos exiliados en Costa Rica pesa un desconocimiento más o menos transversal en Chile.
Yo creo que la respuesta la ha dado el propio Escámez, ¿no? Escámez vino en el ‘74 y siguió pintando los temas chilenos junto a otros, por supuesto, pero prepara una exposición para el año ‘96. Se tarda, me parece a mí, dos o tres años en prepararla, porque es muy minucioso, muy perfeccionista, se construye su propia fama. Como muchos artistas, se van imaginando su modo también. Recuerden que Escámez es un pintor de pueblo, viene de un pueblo, tiene que conquistar Santiago, tiene que conquistar eso, que para los que venimos del sur de Chile o a lo mejor también del norte, es una cosa también muy fuerte. Yo tengo la impresión que Escámez siempre quiso tener un reconocimiento de su obra. Prepara eso y va a Chile, lleva sus grandes cuadros, sus grandes murales en caballete y los exhibe en el museo y punto. O sea, en el retorno a la democracia Chile fue incapaz de acercar a Escámez a Chile y darle las condiciones para que pudiera volver a la Universidad. Entonces, él toma la decisión, me parece a mí, de quedarse en Costa Rica para siempre y reconocerle a esta Universidad, a esta casa de estudios, el que le haya dado la oportunidad de crear su obra a partir de, como dicen, poder ganarse los frijoles, ¿no? Entonces Chile, digo yo, fue impersonal, fue incapaz de recuperarlo. Y si eso no es así, uno tendría que preguntarse por qué Escámez regala su obra a esta Universidad y no a la Universidad de Concepción, por decir algo, o al estado chileno. A mí me parece que ahí hay una tensión muy fuerte entre este pintor, de esta talla, con cómo se vuelve a la democracia y qué es lo que ocurre en democracia con un pintor como éste. Por eso muchos se quedaron.
Parece que se puede hablar de mitos de la memoria, y también hay que aprender a memorizar, aprender a codificar la memoria, que es lo que a Chile le ha costado y lo ha trabajado a través del tiempo, cómo codificar su propia memoria. Pero no es lo mismo trabajar esa memoria desde Chile, desde el des-exilio, que desde Costa Rica.
Creo que esto también es una parte del aprendizaje que hemos tenido nosotros en el equipo de investigación, porque cuando empezamos a mirar decíamos “bueno, vamos a hacer algo que tenga que ver con los aportes de los chilenos”, y entonces uno empieza a ver que esos aportes son en muchos campos. Nosotros tenemos un archivo con más de trescientos, cuatrocientos títulos de libros escritos por chilenos en Costa Rica, un país tan pequeño. Imagínense si uno pensara en crear un archivo de lo producido por chilenos fuera del país, porque esta producción no es parte del canon de conocimiento de Chile, aun hoy. Entonces, hay que hacer una reflexión muy fuerte e intentar que este corpus o estas reflexiones sean parte de la historia de Chile. Ahí hay un tema de memoria, hay un tema de bueno… vamos a hablar del conocimiento en filosofía, vamos a hablar del conocimiento en historia, ¿de quién?, ¿de cuáles chilenos?, ¿de los que están en Chile?, ¿de los que están afuera?, ¿de los que han producido cosas en cuarenta/cincuenta años? Es un tema me parece que no se ha planteado de esa manera. Entonces, nosotros vamos a incorporar este corpus de conocimiento, que es un corpus que en algunos casos tiene reconocimiento en el país y en algunos casos no tanto, ¿no? Pero también entonces hay que ponerlo en su contexto y en su calidad. Imagínense aquí, por ejemplo, los chilenos formaron el teatro en Costa Rica, y no sabemos cuánta creación teatral produjeron en total. Eso está en algún lugar. Hay que hacer trabajo de archivo ahí, porque cada puesta en escena de una obra, es una creación y aquí el Teatro del Ángel, por ejemplo, y otros teatros, fueron creados por chilenos. Se reconoce a los grandes actores y actrices como Sara Astica o Marcelo Gaete. Grandes productores, como Leonardo Perucci. Bueno, casi todos son ahora chilenos-ticos, pero su nacionalidad es una doble nacionalidad. A Perucci lo encontró en Cuba el golpe, y después no tenía donde irse y de pronto se le abre la posibilidad aquí cuando se creó el teatro. Él hacía las telenovelas de los años ‘70. Era un actor de cine y fue uno de los grandes creadores, desarrolló muchísimo y todavía hoy hace teatro. Más de setenta y tantos años. Entonces, a mí me parece que, si nosotros logramos hacer un esfuerzo articulado y sistemático de la producción, haríamos un aporte al conocimiento en el caso de Costa Rica, e intentar de paso que eso pueda ser reconocido también en Chile, como parte de la producción chilena. Esa es un poco la idea.
Perfil del autor/a: