Canserbero, el último poeta Hardcore, murió por última vez hace casi un mes, cuando su ex mánager confesó su asesinato frente a una cámara que la apuntaba contra el paredón del juicio público, en un procedimiento policial montado con premeditación y cálculo mediático, y que fue el resultado de las implacables pericias policiales llevadas a cabo por parte de la fiscalía venezolana dentro de la reapertura de la investigación por su trágica y enigmática muerte ocurrida en enero del 2015.
Antes ya había muerto un par de veces, pero de formas muy distintas. Una de ellas, aunque también trágica, fue al mismo tiempo épica, y ocurrió en la letra de uno de sus temas más importantes. Ahí, morir vengando la muerte de su hermano es apenas el preámbulo para trasponer las sutiles membranas que separan el mundo de los vivos, del de los muertos; una suerte de fantasía siniestra del venezolano, cuya alusión biográfica al asesinato de su amado hermanastro mayor es una de las ganzúas para adentrarse en las señas distintivas de su poética.
Este descenso en picada al corazón podrido del tártaro -que hiede a montañas de azufre y a mierda recién cagada, y en el que el perro de tres cabezas que custodia la entrada al reino de los difuntos para asegurar que ningún muerto salga y ningún vivo entre, no lo muerde porque le gusta su nombre de rapero– se convierte en el visionado pesadillesco de un infierno en el que, fungiendo de Dante sudaka, el rapero atestigua la eterna condena de una humanidad tan corrupta como irredimible. Sentenciado por vengativo y asesino por un tribunal de demonios, el alma del “chamo González” -otra de las cabezas que el artista se calza de chapa durante su meteórica carrera musical- es trasladada a uno de los círculos concéntricos del averno. Ahí se cocinan a fuego fuerte, en eterna y lacerante combustión, diversas figuras históricas, “rostros conocidos” que provocan sorpresa, pues se trata de personajes que el rapero no esperaba encontrar pagando sus culpas en las mazmorras del inframundo, lo que hace que se pregunte “¿Gente buena en el infierno, o es que en algo fueron malos?”.
Lo asombra encontrarse con el Che Guevara y Juan Pablo Segundo; pero también con Kennedy, Lenin, Mahoma y Joseph Smith. Todo se vuelve más ominoso cuando César y Napoleón emergen “de las llamas porque eran la misma persona / que ahora es un tal Obama”. Algo muy parecido a aquel intrigante estribillo que repite Philip K. Dick en la rompiente de su fase mística, cuando por un tiempo estuvo convencido de haberse ya no sólo conectado remotamente; sino más bien experimentado la sobrescritura de su conciencia con una versión de sí mismo en la que formaba parte de las primeras comunidades cristianas perseguidas con sanguinaria saña por la autoridad romana. Esa frase aciaga era “el imperio nunca terminó” y fue recurrente durante las obras literarias que redactó bajo el influjo de este dislocado trance; trabajos en los que se puede distinguir la silueta política de Richard Nixon detrás de los personajes de presidentes déspotas que encarnan la ambición megalómana de imponer su dominio absoluto sobre el mundo narrado.
Como fuese, en esta estancia de agonía y martirio perenne, lo mismo está el prócer independentista José de San Martín que el líder palestino Yasir Arafat; Gandhi, que Cristóbal Colón. En algún punto, la lista alcanza el colmo de la confusión cuando se entera de que también estaban ahí Bolívar y Buda -una alusión al libertador venezolano que resulta imposible no leer dentro de las puyas que dedica de tanto en tanto al gobierno chavista, del que fue un crítico acérrimo y constante; un desplante antisistémico y contestatario congruente con los valores de la cultura hip-hopera que representó siempre con celo, cabe agregar-. Esto último no es óbice para que en otro verso ensalce la figura del señero independentista; “yo soy real como Bolívar y su espada/ dándole puñaladas a los hipócritas por sus fachadas”.
Ahora, más allá de la exigencia rítmica y formal de la rima en la estructuración del género, el subtexto de la visión del inframundo que dibuja Canserbero columbra una concepción de una humanidad maldita, consumida hasta el tuétano en su propia e irresistible putrefacción moral. Por eso nadie parece poder salvarse de las llamas que abrasan las almas de los muertos en el infierno de esta canción de más de seis minutos. Nadie excepto el protagonista, que urde un plan para zafar del páramo llameante que lo circunda, desafiando al mismísimo Satanás a una batalla de gallos con tal de conseguir una dispensa demoniaca; un salvoconducto para recuperar el pulso y habitar la carne confusa del mundo una vez más.
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El arte de salvarse de los demonios que acechan el alma; “porque reyes habrá muchos / pero siempre tienes que ir a ti” (Canserbero; 5:36)
El escarceo del venezolano con la literatura no es casual, sino sustantivo; y se le puede seguir el tranco por más de un sendero. Partiendo por la base de que parte esencial de la composición del rap atañe al trabajo poético con la palabra; y que por eso la expresión literaria resulta inherente a su oficio. Un afluente consanguíneo que Canserbero reconocía y cultivaba. Todo Borges, todo Sábato, comenta en una entrevista sentado junto a las cortinas descorridas de una ventana que deja entrar la ahuesada claridad de un día nublado. De Dostoievski, Crimen y Castigo y Los hermanos Karamazov -que no es poco, porque la última novela del ruso supera las mil páginas en la mayoría de sus ediciones-; algo de Camus, algo de Dickens también… “Para rapear bien hay que leer” espetó convencido en cierta ocasión el rapero.
De otro lado, la destreza que alcanza Tirone en la composición lírica resulta notoria en, por ejemplo, el uso de onomatopeyas en la alternancia sonora de los latidos del corazón aguzado en merca y emoción homicida, y las ráfagas de balas con aquel tucún tucún tucún tucún y el pakaum pakaum pakaum pakaum que definen el pulso frenético de las imágenes que marcan la tónica de la canción aludida aquí; o en la exorbitada letra de El mundo A B C del disco que lanza con el coterráneo Apache, y en la que encabalga versos que aprovechan la aliteración de palabras -la repetición de sonidos con fines expresivos- para percutir un abecedario que pretende describir el espíritu atormentado del mundo contemporáneo; un alfa y omega cáustico y abrumador que es -a mí modo de ver- uno de sus trabajos más sobresalientes en términos líricos.
En Es épico, la canción en torno a la que orbitan estas notas, lo literario asoma por todos los flancos. En primer lugar, es una obra narrativa; es decir, relata una historia. Esa historia es además un viaje al inframundo; un tópico universal que se puede remontar lo mismo a Virgilio y a Dante en la tradición occidental que al pensamiento mitológico de las culturas precolombinas, o al Pedro Páramo de Rulfo en pleno siglo XX incluso.
Por otro lado, la contienda con el diablo, que constituye el tercer y último acto de esta narración, pertenece al acervo popular hispanoamericano y existe extendida y versionada de distintas formas en los reservorios del folclore regional. En Venezuela específicamente, posee un antecedente literario en la obra del poeta Alberto Arvelo Torrealba quien publica Florentino y el diablo por primera vez en 1940. El texto, escrito en octosílabos, tendrá una versión ampliada y definitiva en 1957 y extraerá su motivo de la leyenda rural del hombre que derrotó al diablo -los cuentos de Pedro Urdemales en la tradición local-. Trasvasado exitosamente a la música en 1965, la interpretación de importantes copleros de la época lanzándose estrofas veloces en la resonante llanura, enfrentados en un duelo musical y metafísico, y en la que la última expresión del verso del adversario determina el pie obligado para retrucar- y con la suficiente maña, torcer- el sentido de sus inquinas; pronto se convirtió en un fenómeno masivo. Grabada en discos de acetato, y más tarde trasladada a los escenarios para presentarse en una exitosa gira por el país, la obra se convierte en un fenómeno cultural de la segunda mitad del siglo XX venezolano, que el rapero incorpora como referente para modular el clímax de la canción.
Aquí la epopeya a la que alude al título es por fin conjurada. Satanás acude al desafío que el protagonista le propone durante meses atrapado en el inframundo; “recitando versos entre fuegos y heces”. Su aparición en escena carga con las espinas de una ominosa amenaza. Antes de comenzar el duelo, el demonio establece un precio que el rapero asume no sin ser fulminado por un sordo estremecimiento: “pierde y me llevo a tu padre de homenaje” le advierte el diablo. Aceptados los términos y condiciones, el señor de los abismos parte su turno maldiciéndolo. El Can contraataca con una declaración de origen que expone su posición en el mundo; “además te explico / Se llama Venezuela donde nació este tipo / y tu no puedes maldecirme porque ya yo estoy maldito”. Esa puesta a punto con el contexto del artista revela el trasfondo reflexivo que entraña la conflagración con la figura de Satán; porque toda lucha con el diablo es, en el fondo, una batalla por restituir la dignidad del alma humana.
Así, el rey de los demonios fundamenta su ofensiva en exponer las contradicciones flagrantes en que incurre el artista en sus líricas. En ese sentido, el maligno encarna el papel de doble siniestro, señalando uno a uno los aspectos psicológicos disonantes que empeña el cantante en los versos que improvisa. De manera que el poder del diablo radica en el conocimiento cabal de los pensamientos destructivos de su contrincante; que su voz grave es impostada, que pretende derrotarlo con odio, pero que tiene tatuado en su brazo el all we need is love de los Beatles, o que recurre a Dios en sus estrofas, aunque en realidad se considera ateo. De todas estas ofensas dirigidas contra la honestidad de sus rimas, Canserbero sale intacto, pues donde su enemigo lee falsedad e hipocresía, sólo hay sincera confusión, arrojo e inquietud.
Al final, es la identificación con el arte lo que en última instancia salva su compungida alma de las fauces del adversario -un mote que es por cierto la traducción más fiel del “satanás” hebreo-. Es la creación lírica y musical -el rap en concreto- el que rescata a Tirone del infierno, esa “voz que Dios le dio para tenaz usarla” como una “daga” en el corazón de los impulsos demoniacos que arrastran a la humanidad a sus propios abismos de azufre y desesperación. Se puede afirmar que en Es épico el Chamo Gonzáles ha exorcizado sus retorcidas fantasías de venganza -sublimado se diría en términos estéticos- y a sobrevivido a los avatares del descenso en el pozo de su noche más oscura. No es de extrañar que el verso que cierra la canción: “porque reyes habrá muchos / pero siempre tienes que ir a ti” posea cierta magnitud trascendental, como de versículo bíblico. El mensaje, que parece promover la peligrosa expedición hacia la autenticidad y el autodescubrimiento a pesar de las costuras de poder que impone el mundo, resuena como un salmo poderoso y secular. Un proverbio prácticamente idéntico a ese otro que escribiese el poeta austriaco Rainer María Rilke en sus Cartas a un joven poeta: “no sé darle otro consejo: camine hacia sí mismo y examine las profundidades en las que se origina su vida”.
Epílogo, porque irónica es la vida, pero también irónica es la muerte.
La corta carrera de Tirone José González Orama, Canserbero, fue suficiente para que su nombre se grabara en la memoria musical de la contra cultura latinoamericana. Su obra, que goza de una vigencia tenaz, tiende un preciado puente a una cultura venezolana más bien desconocida; una que se resiste a ser leída a través de prejuicios políticos planos y estereotipos estáticos. Vista en retrospectiva, su figura se convirtió en la punta de lanza para introducir una escena musical más amplia del hip hop consciente, que incluye nombres como Akapellah, Apache y Lil Supa entre sus filas.
Fuera de las torpes, si es que no malintencionadas declaraciones que diera el fiscal sobre la nacionalidad chilena de los hermanos Amnéstica -omitiendo convenientemente a la decena de agentes venezolanos que fueron sobornados para manipular la escena del crimen- la relación del cantante con Chile está signada por la recepción de uno de los públicos más comprometidos con la cultura callejera del hip-hop y sus exponentes. Irónicamente, es la recaudación de esas fechas realizadas en Argentina y Chile las que configuran el móvil del asesinato de Canserbero. Su muerte, que duele y da escalofríos, poco y nada tiene que ver con partidas de nacimientos y cóleras xenófobas, sino más bien con algo mucho más universal y no por eso menos infame; la codicia por acumular fajos de billetes verdes. Como escribió con cierto tono profético el propio Tirone; “Malditos mil veces, títeres del egoísmo”.
Algo sí es cierto, mataron a uno de los mejores raperos de habla hispana del último tiempo. Más allá de los reconocimientos póstumos que los medios especializados dedican al impacto musical que significó su contribución al género, me quedo con la voz ajada del viejo que sube cada tanto a cantar Es épico afirmado del fierro en los últimos recorridos de la micro que pasa por mi casa. Así es el mundo a veces, una lucha por rescatar el alma de debajo de las ruedas de la miseria.
Hoy, la vida, obra y muerte de Canserbero parecen haber sedimentado en la historia musical del siglo XXI latinoamericano. A punta de líricas reflexivas y paisajes emocionales complejos, que en sus trabajos más significativos consiguen vadear las fórmulas trilladas del alarde y la repetitiva refriega con enemigos invisibles, su trabajo posee la facultad de hacer sentido al espíritu desasosegado que surge a partir de la experiencia de la distopía contemporánea.
“Cuando yo muera. Un lápiz en la caja de madera”
Además de la música, parte del legado de Tirone consiste en un puñado de entrevistas y declaraciones públicas en las que profesó una filosofía de su oficio basada en la convicción de que palabra y praxis no debían disociar sus carriles. Una idea que quedó plasmada en el título de unos de sus trabajos tempranos; “Nuestra doctrina no es un dogma, es una guía para la acción”. Respecto a la realidad de su país y de la región, consultado en un foro de artistas urbano sobre qué propondría para resolver las precarias condiciones sociales en que vive la mayoría de la población, el venezolano fue tajante; “Llevar alimento y educación a la gente”. Otro tanto dirá sobre la presencia de la dimensión política en sus letras y cómo al momento de sincerarse con el proceso de escritura el interés por las problemáticas sociales surge de manera natural; “Se te sale, se te escapa”.
A nueve años de su desapacible y trágico deceso, Canserbero parece haber muerto por última vez a fines del año que recién pasó. A diferencia de sus anteriores muertes, esta vez lo hizo absuelto del asesinato de su colega y amigo Carlos Molnar. Aunque, pensándolo mejor, aquello de morir es relativo para el cantante y compositor venezolano, porque tal como escribió en uno de sus temas más sentidos -y su repertorio cuenta con unos cuantos-; “no muere quien se va, solo muere el que se olvida”.
Que viva el muerto entonces, que viva el Can.
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