/ por Fernando García
Una de las cosas que como lector siempre me ha intrigado es el proceso creativo que subyace a la existencia de un poema. Si acaso escribir es una actividad humana como cualquier otra, no del todo distinta a la construcción de una casa o la confección de un zapato; si acaso un poema es tan sólo la terminal, el resultado, el producto acabado de una actividad mucho más extensa y compleja, repleta de reveses, obstáculos, sudor, elecciones, hallazgos, azares; si acaso tan sólo se trata de la punta visible de un iceberg, un poema entonces se nos puede revelar como la puerta de entrada para conocer a un humano ahí donde es más humano: cuando crea. Ese humano creador es, en esta ocasión, mi muy querido amigo Felipe, con quien he tenido la suerte de compartir una amistad profunda durante estos años, que son también los años de escritura de Pobre poeta Poblete y que, desde esa cercanía, me han permitido ser testigo del proceso creativo que hoy celebramos dando el último paso, su lanzamiento.
Viajo por un segundo al año 2015, año que, según indica el libro, comenzaron a escribirse estos poemas. Es 15 de agosto, cumpleaños del Felipe: estamos sus amigas y amigos apretujados en el living de su casa en Peñalolén, ya entrada la noche, tal vez a las 3 o 4 de la madrugada, todos con suficiente alcohol y THC en el cuerpo como para poder bailar al son no de una cumbia ni un reggaetón, sino del disco 1001° Centigrades de Magma, cuyo estilo me quedaría corto si les digo que es “rock progresivo”. En verdad, es derechamente una locura. En medio de ese baile tribal, recuerdo que alguien le preguntó al Felipe qué significaban las iniciales que tenía estampada en la polera que llevaba puesta: E. L. P. Eran, aunque no lo sabíamos, parte del logo de otra banda, de cuyo nombre (Emerson, Lake and Palmer) formaban una sigla; como sea, aquello nos dio motivo para especular libremente sobre qué podían significar esas misteriosas letras que llevaba en el pecho a la manera de un superhéroe. En una suerte de concurso improvisado cada uno lanzó sus propuestas al boleo, pero finalmente fue el mismo Felipe el que dio con la tecla justa: E. L. P, El Loco Pipe. Ganó por unanimidad. Visto con distancia, sospecho que por entonces ya se estaba fraguando, si no en el texto, al menos en su cabeza, la existencia de una suerte de álter ego literario que culminaría siendo este pobre poeta Poblete, personaje cómico pero trágico que, ya en su puro nombre, expresa la voz de estos poemas escritos todos, cada palabra, con puras P, la letra de la Poesía.
Han pasado más de dos años y ahora podemos descubrir en este libro que aquella fijación lúdica por las letras ha tomado forma en diálogo con experiencias vitales, vitalísimas, que parecieran haber pedido de la P su asistencia exclusiva. Y cabe preguntarse: ¿cómo hacer visible una vida, un pensamiento, un ánimo, limitando justamente el arma que se tiene para enfrentarse a todo ello, el lenguaje, y no sólo limitándolo, sino que reduciendo sus posibilidades casi al mínimo, a una sola letra? ¿Y por qué la P? ¿Estamos acaso ante la exhibición de un virtuosismo puro que, en su ejercicio extremo, acaba siendo, precisamente, tan sólo puro virtuosismo? Es un terreno difícil al que mi amigo Felipe entra con esta limitación autoimpuesta, difícil porque decide vérselas –me perdonarán la grandilocuencia– con lo que creo es la sustancia misma de la poesía, con lo que tal vez tenga –en relación a la prosa– más de suyo: me refiero a ser una forma específica de escritura que, al limitar sus posibilidades expresivas, hace brillar el filo del lenguaje como ninguna otra. Es lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó versura: el modo en que un contenido semántico colisiona con un límite expresivo (el corte de verso), liberando así la sintaxis y el sentido de sus fijaciones regulares. Ahora, y ojo con esto, si el verso es ya un límite material, Felipe agrega otro: sólo palabras con P. Estamos, sin duda, ante un experimento arriesgado, comparable en su aventura formal con “Es Ti Pi” de Rodrigo Lira, uno de sus hermanos literarios de sangre.
De este enfrentamiento tan riguroso con lo poético, puedo afirmar que el autor sale bien parado, y eso es mucho, mucho decir: es un triunfo del poeta, pero sobre todo es, para nosotros, un triunfo del idioma, del castellano bastardo del que estamos hechos como latinoamericanos. Y sale airoso, creo, porque las palabras con P no se ocupan aquí por mero divertimento o gimnasia verbal, sino que su empleo tiene una necesidad interna que lo solicita, cumpliendo así una de las exigencias más estrictas que se le puede hacer a la poesía: que la forma sea cuerpo con el fondo, y el sonido cuerpo con el sentido. No quiero cometer el error de descifrar aquí el libro, pero al menos quisiera referirme a un órgano del cuerpo de estos poemas que pudiera despejar un poco lo que intento decir: me refiero al ritmo, a las palpitaciones sonoras de las palabras. Es quizás sobre lo que más hablamos con el Felipe cuando hablamos de poesía: compartimos la intuición, aproximada como toda intuición, de que la poesía es una forma de traducir en palabras el ritmo de la vida, las emociones y las cosas, en una suerte de panteísmo a pequeña escala, pero panteísmo al fin. La poesía como un médium para comunicarse con la respiración de lo existente; el ritmo como el motor de esa comunicación: pulsaciones cardiacas, el corazón mismo del poema.
Leer este libro es introducirse en un ritmo peculiar. Primero, por la sintaxis extrañada, retorcida y singular de la que hace gala. Pero también porque la P es una consonante particularmente sonora, que exige una suerte de chasquido de labios al pronunciarla. Sin embargo, diría que son las modulaciones de este ritmo las que van dando con la tecla emocional del conjunto. O, mejor digo, teclas, pues como si fuese el piano de Thelonious Monk estos poemas nos van empujando por un caudal sonoro que se bifurca en múltiples direcciones y texturas. No cabe duda que el autor controla perfectamente sus materiales, tanto así que se permite y permite a las palabras ir de un lugar a otro, cambiando de tono y a ratos de hablante, acelerando y desacelerando, afinando y desafinando, proponiendo silencios y gritos. Es tal el dominio que a ratos uno se pregunta si es acaso una voz la que habla o esa voz es hablada por el lenguaje, dominada por el instrumento que domina. Se trata, en fin, de una paila prodigiosa, cultivada en el rock progresivo (según dice: “promediando plazos pinkfloydianos”), atenta al murmullo del mundo y a los pulsos provocados por los Pedros Páramos de nuestra lengua.
Releo por última vez el libro antes de escribir estas palabras con las que quisiera terminar. Una de las cosas que más me seduce de estos poemas es, definitivamente, su intensidad emocional. Con una voz sincera, fuerte y frágil a la vez, Felipe es capaz de, al decir de Vallejo, “bajar las gradas del alfabeto hasta la letra misma en que nació la pena” (y ojo con esta última P). Una pena que cubre de negro luto pero que, sin embargo, nunca se regodea en sí misma ni se complace con ser pura e irreversible pena, sino que busca superarse a través de la poesía, la que le sirve como escudo contra los peñascazos de la vida. Así, la emoción que estremece y hasta sublima esa pena, emoción que aparece de a poco y que cruza umbrales de intensidad altísimas, es la rabia. Y si antes mencionaba al rock progresivo como influencia musical, ahora habría que agregar al punk. Es en poemas como “Pedalera” (¡cáchense ese título!), “Plata” o “Periódicos, publicaciones” donde Felipe, me parece, logra sintonizar su voz con el sentir colectivo de su generación, de nuestra generación, la que inició un nuevo ciclo de protestas bajo el cielo rojo de la rabia. Y aquí es donde esta poesía, siendo lírica en esencia, se revela política hasta la médula. Por sus temas y por su densidad emocional, claro, pero también por la inteligencia satírica que despliega en poemas como “Posgrados”, donde ridiculiza genialmente a la burocracia de los fondos y becas estatales, en un ejercicio de sátira político–poética rara vez visto en estas orillas.
Estos poemas pelean a la contra: contra la ruina del amor y la amistad, contra la postergación de la justicia, contra la destrucción del planeta, contra la imposibilidad de la paz, contra la mutilación del lenguaje en este Chile neoliberal gobernado material y mentalmente por la plata. Pero a la P de plata, que es también la P de poder, el poeta le opone la fuerza de la P de poesía, y escudado con ella abre un flanco por donde se atisba la posibilidad de una vida distinta. ¿En qué consiste esa vida? No lo sabemos y tampoco es tarea de la poesía profetizarla, sino abrir una puerta para que la busquemos. Y en estos tiempos agotados, tiempos de “fines”, este libro es una apuesta por la vitalidad de la palabra poética. En sintonía con ese otro gran provocador de pulsos que es César Vallejo, me imagino al Felipe desde sus alturas peñalolinas diciendo, con un resto de ironía: Si madre Poesía cae –digo, es un decir– / salid poetas del mundo; id a buscarla!
Pobre poeta Poblete
Pobre poeta Poblete: palabras
pone por papel, parcha
pantalones, poleras, pasa piola
Pedalea por Peñalolén, perros
persiguen por placer
pero posee plenos pulmones
Pedalea para proteger planeta
Pobres perros pulgosos:
por puro pánico pierden paciencia.
Pedalera
¿Piedras por participación?
Prefiero palabras: ¡paz persigo!
Por pocos pesos
personas pueden perderse
Paciencia perdimos
por pasión palaciega
Piense primero
Precipitarse: ¡peligro!
Pudiendo perdonar
prefieren poder: ¡pesos!
Pura perdición; prueban
pastillas para placidez
para palear presente
Pestañea: pierde
Pensativo: produce,
profundidad propicia
Publicistas practican pobre plan
Políticos prostituyen política
¡Pendejos! Perseveran pesadillas
pontificando porcentajes
¿Por pudor peinar pensamientos
por pública propiedad
para premiar proyecto?
Pero para presentar piñatas
¡paja pura!
Palabra por pan, precoces placeres
Pancartas para potenciar protesta
Parachoques para presunto progreso
Puentes para permitir paz
¡Perros pa Pinochet!
Plata
Puta pompa, parece plenitud
¡Pillaje! Pirueta piramidal
Penoso palafito pal poder
Prole podrida para porvenires
Pésima proposición posible
Peor posibilidad pensable:
parte pechos por propagarse
parte personas, pensamientos
Promueve paroxismos paranoicos
Pútrido pasatiempo peligroso
Propuesta pendenciera, plan pedante
Preciosa poesía para pobres.
Posgrados
Ponga pulgar, primero
Piense propósitos preprogramados:
plásmelos por proyecto
Profesional parezca
Presente parentesco personal:
profesoras profesionales
pedagógicos promotores
para posibilitar prestigio
¿Posee publicaciones, prólogos?
Pudiera proporcionarle puntaje
Precise presupuesto
pudiéramos promoverlo
¿Pasó pregrado prestigiosamente?
Pruébelo presentando papelitos
Priorizando papeleo pudiera
postular proceso perfectamente
Pero preséntese peinado
¡parezca porcelana prestigiosa!
Procure plasmar palabras pulidas
pero produciendo planes plausibles:
patrimonio, podría parecernos
Peligroso proponer poesía
Procure parecer:
políticamente preciso.
Perfil del autor/a: