Regresamos a Chile porque todo olía a farmacia, todo era políticamente correcto y las concesiones le quitaban aire a la pasión. Y lo debo repetir: la palabra concesión se inoculó en el ADN del país como lo venéreo, a la primera concesión, al primer arrendamiento, a la primera firma de contrato, a la primera exigencia de servicios: fichados, enfermos y chilenizados.