Esta es una pesadilla con la que ha soñado tantas veces, que ahora que comienza a rielar el decorado y sus personajes, el ponencista no puede sino fascinarse con su horripilante ejecución.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. XI y XII)
Ahora bien, si el club nocturno es la noche sin concesiones ni remisión, el “Mol (sic) es su previsible anverso. En su recinto se sucumbe a la luz del día sin sol. Los habitantes se someten a este espacio para vivir bajo la claridad sin calor del reflector.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. VII y VIII)
¿Está sumergido en un pantano impresionista? ¿Está proyectando su estado de ánimo en la melodía de un aparato fonador irritado? Se le aparece un terror de lingüistas armados con instrumentos de medición. Los expurga con los diez mantras inmorales de los mandingas de Memphis.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. III y IV)
“La expresión «todo es cancha», que extiende el campo de juego más allá de sus límites, ocupa la voz quechua «cancha», que denomina el lugar de culto. La idea del «templo en todas partes», es la del socialismo del sol que vio Mariátegui en el Tawantinsuyu Incaico”.
Un ponencista suelto en Bogotá (cap. I y II)
Falta un día para su viaje a Bogotá y acaba de darse cuenta de que su ponencia no aparece en el programa. El problema no deja de ser grave con ascendente catastrófico pues plantea en último término la negación radical de su ser ponencista; pone en entredicho la misma nominación ontológica del autor de ponencias ―y sin él, no sabemos qué sería de este texto.